Homilía de Luis Ugalde, S.J., en la misa del novenario de Rafael Caldera

(Capilla del Colegio San Ignacio, 7 de enero de 2010)

 

  • Lectura de  la Primera Carta de Juan 4,7-12 y 17-21
  • Lectura de Mateo 25, 31-40

Estas lecturas me llevan a compartir con ustedes tres reflexiones a propósito del sentido cristiano de la vida y sobre la vida de Rafael Caldera.

El Amor y el Juicio

En el precioso capítulo 4 de la carta  primera de Juan que acabamos de leer hay dos afirmaciones centrales para nuestras vidas: «No hay temor en el Amor» y «El amor expulsa el temor».

La raíz de todo el sentido de la vida y de la dignidad humana está en el amor original que Dios nos tiene y se nos revela en el rostro humano de Jesucristo. No es que primero nosotros hayamos amado a Dios, sino que El nos amó primero; lo nuestro es frágil y lleno de incertidumbres, mientras que el Amor de Dios a nosotros es gratuito y constante. Por esa razón quien ha experimentado el amor de Dios no teme al Juicio, pues ese amor recibido es la garantía que alimenta nuestra confianza. Nuestra tarea incierta en la vida no es cómo ganar el cielo, sino cómo transformar la tierra haciendo realidad el amor de Dios en nuestras vidas y en el mundo. «Nosotros amamos porque él nos amó antes» y sabemos que si amamos, Dios está ahí. «A Dios nunca lo ha visto nadie; si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y el amor de Dios ha llegado a su plenitud en nosotros» (12). Esto es verdad para todos los hombres y mujeres de toda raza, pueblo y condición. «Si uno dice que ama a Dios mientras odia a su hermano, miente; porque si no ama al hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve» (20).

La gran tarea humana y sentido de la vida consiste en hacer realidad en nosotros y en nuestras responsabilidades el amor, como lo hizo Jesús hasta dar su vida; transformar el amor recibido de Dios en amor a los humanos nos rodean. «El amor llegará en nosotros a su perfección si somos en el mundo lo que él fue» (17).

El sentido positivo de la vida personal y de la historia es tratar de que la historia humana sea tejida por el amor. Sabemos que en la historia actúan otras fuerzas poderosas destructivas y antihumanas; hay también otras que en sí son neutrales y que sólo pierden su ambigüedad para convertirse en positivas  si están orientadas y ordenadas por el amor para así producir y defender la vida y la dignidad humanas. Esa es la gran responsabilidad de la libertad humana. La positividad de la historia y de la liberación humana no se puede realizar sin que el amor se convierta en motor decisivo.

Esto nos lleva a la otra lectura, la del evangelio de Mateo. El cuadro del juicio final que nos pinta Jesús nos dice que el amor es más fuerte que la muerte y que en la tarde de la vida el amor brilla como la luz que da sentido y orientación a toda la vida. Aquí se habla justamente del amor convertido en obras de nuestra vida cotidiana,  que es acogido con la plenitud infinita e imperecedera del amor de Dios; contrapuesta a la vida vivida en contra del amor y perdida:«Vengan benditos de mi Padre a recibir el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber…» (34-36)

El Amor y la Política

La Iglesia en el siglo XX nos repitió insistentemente la idea de que el bien cuanto más universal es más divino. Seguramente movida por los grandes desastres político-económicos de ese siglo y por las amenazas totalitarias, se insistió en el fomento de la vocación política de los católicos, porque ésta busca el bien universal, el bien común, y por  ello es una vocación tan trascendente (lo expresó Aristóteles e insistía en ello S. Ignacio).

Por ser factor multiplicador la política puede ser también la palestra más demoníaca,  pues el daño que hace la mala política es más universal. ¿Cómo hacer para que la gran palanca de la política, el gran multiplicador multiplique el amor y no el odio y la muerte?

Esa fue la gran pregunta de su vida para Rafael Caldera y para otros políticos venezolanos, latinoamericanos y europeos de su tiempo. Por eso luchó, como expresa en su testamento político leído por su hijo Andrés «Al término de una extensa parábola vital, puedo decir que he sido un luchador. Desde mi primera juventud, cuando Venezuela salía de la larga dictadura de Juan Vicente Gómez, hasta comienzos del siglo XXI, mi meta ha sido la lucha por la justicia y la libertad. Dos veces me tocó servir al país como Presidente constitucional y las dos fue mi primer empeño el que en mis manos no se perdiera la República. El pasado autocrático del país, su propensión militarista, los extremismos de la izquierda y las desigualdades sociales heredadas conspiraban contra el fortalecimiento de la vida democrática iniciada en 1958. Los líderes civiles luchamos durante largos años por construir en Venezuela una república democrática».

En el testamento espiritual leído en el funeral por su hijo Rafael Tomás expresaba el anhelo de su vida: «Quiero que Venezuela pueda vivir en libertad, con una democracia verdadera donde se respeten los derechos humanos, donde la justicia social sea camino de progreso. Sobre todo, donde podamos vivir en paz, sin antagonismos que rompan la concordia entre hermanos».

El político cristiano no se limita a preguntar si alguna vez dio de comer a un hambriento o curó a un enfermo, sino si luchó para instaurar un sistema, unas instituciones y leyes que propician el trabajo digno y por tanto permiten comer a millones de venezolanos o un sistema público de salud que previene la enfermedad y atiende a la salud de millones. Esa es la dimensión política del amor cristiano.

Las limitaciones y la brevedad de una homilía no me permiten hacer un recorrido mayor  de las decisiones cristianas de Rafael Caldera, pero me van a permitir recordar algunos momentos tal vez menos conocidos.

1933

Caldera y otros jóvenes latinoamericanos se reúnen en Roma en 1933. Vienen de la Acción Católica y con la creciente convicción de que los problemas de nuestros países requieren una presencia política de inspiración cristina organizada y moderna, distinta del conservadurismo tradicional. Ellos no dudan de que el amor del Evangelio deba hacerse presente de manera organizada en la vida pública de nuestros países. De esos jóvenes, de sus reflexiones y decisiones, surgirán con el tiempo los partidos demócrata-cristianos de Venezuela, Chile, Perú, Uruguay… El encuentro tuvo inmediatas repercusiones en Caracas en el grupo juvenil que entonces ya empezaba a reunirse (estrechamente vigilados por la dictadura) con el P. Víctor Iriarte con miras a construir la Venezuela  que estaba por nacer.

En ese mismo año 1933 Hitler llegaba al poder en Alemania con un sentido de revancha y de odio por la guerra perdida y por las humillaciones impuestas a los derrotados en el Tratado de Versalles. El Führer demostró cuánta fuerza tiene la ilusión milenarista aliada con el odio, el deseo de revancha y la miseria social en tiempos de la Gran Crisis de 1929 y siguientes. Sobre esa base  consiguió Hitler un enorme apoyo alemán y llevó a la guerra más espantosa a su país y al mundo. El resultado fue la destrucción de Europa, la casi aniquilación de Alemania y el holocausto de 50 millones de personas de los países envueltos en la guerra.

Es la mayor prueba de que la política es una terrible y poderosa palanca para hacer el mal y sembrar la muerte.

 

Ese mismo año de 1933 Adenauer (58 años), refugiado y desesperado en la abadía de María Laach, piensa que su vida se ha acabado y ya no tiene sentido seguir viviendo. No sospecha que llegará a ser decisivo protagonista de la reconstrucción de Alemania.

¿Qué eran Venezuela y su política en 1933? ¿Qué significaban en ese contexto las palabras evangélicas «tuve hambre, sed, miseria, ignorancia, cárcel… y ustedes me dieron la mano? Era la pregunta clave para todo político que se inspire en Jesús de Nazaret.

Sin temor a equivocarnos podemos decir que nunca antes ni después se ha hecho en toda la historia de Venezuela desde las convicciones evangélicas de la Iglesia un esfuerzo tan masivo, organizado y con incidencia positiva en la política y en las instituciones públicas como el que iniciaron Caldera y su docena de compañeros y que fue continuada por miles a lo largo de las cuatro décadas siguientes. Con una motivación explícitamente evangélica sacaron agua del pozo cristiano para dar de beber a un país sediento de dignidad, de vida, de esperanza y de instituciones democráticas. Salud, comida, trabajo, educación, vivienda…convertidos en hechos instituciones, leyes y democracia.

1942

Caldera tenía 26 años en 1942 y le pidieron un discurso en un acto masivo en el Congreso Mariano de Maracaibo en el marco de la coronación canónica de la Chinita. Desde esa tribuna el joven orador mira al país como reto, al tiempo que contempla la espantosa guerra mundial de muerte que ese año se batía en su momento más álgido. Desde ahí busca el camino político para Venezuela: «Cristo es el único que puede guiar nuevamente a los hombres para cimentar una paz justa. Ni Berlín ni Moscú pueden ofrecer la doctrina que llene el corazón de los pueblos». «Pero para ello es necesario algo más que manifestaciones ocasionales e incompletas del sentimiento religioso. Gloriosa y entusiasta es ésta (se refiere a la conmovedora manifestación de fe en la Chinita) formidable expresión del catolicismo nacional […] Pero por eso mismo, no podría existir ocasión más propicia para recordar la necesidad de un catolicismo actuante e integral». Esto último es lo que nos falta, dice Caldera, la dimensión actuante y pública de nuestro sentimiento religioso. El cita con entusiasmo lo que recientemente escuchó del Arzobispo de Chicago en el Seminario Inter-Americano de Estudios Sociales en el que había participado ese mismo año en Estados Unidos: «Cristo debe tener un sitio en todas las relaciones humanas políticas, económicas, sociales y domésticas». Y Caldera subraya, llamando «magnífica enseñanza», las siguientes palabras del mismo arzobispo: «Cristo debe estar en el mercado, en la banca, en la fábrica, en la hacienda, en las escuelas, en los campos de deporte, en las asambleas legislativas, en los tribunales, en los despachos ejecutivos donde quiera que los hombres se agrupen, allí debe reinar».

El Amor y la Cruz

Sin asumir la cruz es imposible intentar hacer realidad esa fuerza cristiana transformadora de la historia y de lo público que tiene el Evangelio, porque significa transformar desde dentro la religión y la política y enfrentar la lógica del poder y del haber que son tan fuertes en el corazón humano y en las sociedades. Son inmensas las resistencias  que ofrecen la rutina y los intereses establecidos, como queda claro en la vida misma de Jesús.

En Venezuela significará que los socialcristianos a medida que se adentren en serio en el debate de la justicia social y de la política real serán acusados de complacencia y de alianzas con los comunistoides adecos por un lado y por el otro serán atacados de reaccionarios, cureros y  falangistas.

1963

Permítanme contarles una anécdota personal de 1963, cuando por primera vez me encontré con Caldera, siendo yo joven «maestrillo» en el colegio S. Ignacio. La historia empieza un domingo en la misma capilla del colegio donde celebramos esta misa. Caldera después de la Eucaristía conversa con el P. Francés, que lleva pocos meses de Rector, y se le queja de la incomprensión de  jesuitas del S. Ignacio y de la UCAB que, según él, critican desde posiciones liberales el hecho de que los copeyanos estén en la naciente democracia aliados con AD en una política popular de justicia social. Conviene recordar que todavía en ese tiempo (y más en el tiempo del  «trienio adeco») muchos católicos y gente conservadora consideraban que los acciondemocratistas eran lobos comunistoides disfrazados de ovejas.

Francés escucha la crítica con receptividad y le propone una reunión con varios jesuitas de la comunidad. Se concreta el encuentro y yo, que era el maestrillo más joven con apenas 24 años, fui invitado, junto con las 4 o 5 autoridades jesuitas del colegio. Caldera llegó con Lorenzo Fernández y Miguel Ángel Landáez y explicó la posición de ellos que entraron a la política por convicción cristiana y se formaron en la doctrina social de la Iglesia, animados por jesuitas como Iriarte y Manuel Aguirre. Por eso sentían la crítica y consideraban que los jóvenes no recibían en la Universidad Católica y en el colegio la formación social cristiana necesaria para enfrentar los difíciles tiempos de la primavera democrática que vivía Venezuela asediada por amenazas movimientos armados de signo contrapuesto. La verdad es que entre nosotros los jóvenes jesuitas, y en mucha otra gente de Iglesia, ya era una realidad la misma inquietud de justicia social y de cambios en democracia; ello hizo que en los años siguientes florecieran los cursillos sociales y otros modos de formación social de inspiración cristiana que proliferaron en esa década en los colegios  y universidades y nutrieron la exitosa lucha política en defensa de la democracia social.

Pero nadie ahorra la cruz y la incomprensión a quien toma en serio el Evangelio de Jesús en la política. Un ejemplo de ello será en Chile el amigo y colega político Eduardo Frei que en panfletos y hasta en libros por el conservadurismo chileno y latinoamericano será tachado de «Kerensky chileno» (Kerensky que precedió en el gobierno a la llegada de la Revolución Rusa y fue acusado por algunos de haber facilitado el camino de los bolcheviques. Así sería – según los acusadores- Frei en relación a Allende. Frei que luego en la dictadura de Pinochet será envenenado, de acuerdo a las recientes informaciones)

Maria Laach 1933.

A veces la política tiene frustraciones, persecuciones y noches oscuras del alma, realmente desesperantes. Cito otro ejemplo: Adenauer en 1933 está refugiado y semiescondido en la abadía de Maria Laach,  acogido por el abad que fue compañero de liceo de él. Éste por el momento era simpatizante de Hitler que era visto por las multitudes, incluso por muchos católicos, como enviado de Dios para salvar a Alemania de la derrota y de la humillación.

Adenauer tenía 58 años. Hacía casi 20 años en Colonia había visto triunfantes y felices a miles y miles de soldados partir al frente cantando con la seguridad  del triunfo, para luego, tres años después, recibir como primer alcalde a los restos maltrechos de aquellos miles de jóvenes, derrotados, heridos, deshechos, hambrientos… Esa es la guerra. Ahora en Maria Laach Adenauer destituido, perseguido y escondido en vida monacal; económicamente no puede mantener a su familia y ve cómo se hunde todo en lo que él creyó e hizo y cómo se queda sólo con muy contados amigos. A uno de estos le escribe «No me resulta fácil describir con palabras mi estado anímico; me limito a decir que si no fuera por mi familia y mis principios religiosos, hace tiempo que habría puesto fin a una vida que, por cierto, ya no merece ser vivida».

Sin embargo, son otros los caminos de Dios  y esa vida que «ya no merece ser vivida» fue clave para la increíble resurrección del pueblo alemán y para poner las bases de una Europa unida y con visión de futuro. Son misterios de Dios. Tres hombres que, como Caldera, vienen de la Acción Católica, el italiano De Gasperi, el francés Schuman y el alemán Adenauer, pondrán las bases espirituales y las materiales para una nueva Europa. ¡Y Adenauer creía que la prolongación de su vida ya no tenía sentido!

Nuestra vida es un misterio hasta el fin, y pasa por noches oscuras  que sólo se iluminan con el misterio de Cristo.

«Vengan, benditos de mi Padre porque tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber»… Jesús no fue médico, ni ingeniero, ni jurista, ni político. Jesús no enseña medicina, ni economía, ni ingeniería, ni derecho. Pero nos da su Espíritu y la libertad y responsabilidad de crear como cristianos y nos dice: en mi amor descansa seguro el juicio final de ustedes y ahora ustedes ocúpense de inventar un mundo más humano, llevar mi Espíritu a sus hermanos y construir una sociedad de  justicia, de paz y de dignidad para los pobres de la tierra, hasta hoy negados y sin esperanza.

Con razón Caldera en su hermoso testamento que mencioné antes nos dice: «Nuestros pueblos volverán a valorar las soluciones  propuestas por la Democracia Cristiana en la medida en que la línea seguida por quienes la propugnan sea capaz de interpretar a la gente sencilla, hablar un lenguaje directo hacia su corazón e inspirarle confianza en su rectitud de intenciones, en su convicción sinceramente vivida de que hay que realizar la justicia y la solidaridad social».

 

El amor llegará en nosotros a su perfección si somos en el mundo lo que El fue y esperamos confiados el día del juicio (Carta 1ª de Juan 4, 17)

 

Así sea.

Luis Ugalde, s.j.

Rector de la UCAB.